Algo está pasando y por lo visto, nadie tienes argumentos para oponerse. El mundo cambió para no volver atrás. El problema es que las viejas experiencias y consejos parecen no tener sentido; y por primera vez en la historia, los padres les preguntan a los hijos cómo moverse en esta nueva realidad digital.
Es el fenómeno de las redes sociales y los dispositivos que la permiten. Donde quiera que miremos vemos a niños y adultos pendientes de sus celulares, como si lo que sus pantallas proyectan fuese más tangible que el mundo real. La pregunta es ¿debemos oponernos a estas nuevas tecnologías o integrarlas? La pregunta puede abordarse desde diversos puntos de vistas, y principalmente, desde la educación.
Suponemos que un adulto sabe darle el valor y ubicación a estos cambios, pero los niños parecen ser víctimas de un secuestro virtual que genera ausencia y desconexión con la realidad. La generación actual nació en un mundo donde estas tecnologías ya existían, y por ello, se les llama “nativos digitales” y por lo mismo, podríamos suponer que los cerebros se han remodelado hacia estos dispositivos de manera irreversible. Pero no es así.
Todos, y en particular los niños, necesitamos interactuar con el mundo real, con personas con las que podamos relacionarnos afectivamente. Sí, necesitamos de una tribu que nos quiera, nos mire a los ojos, que nos enseñe con el ejemplo.
No es que necesitemos que nuestros niños hagan lo que queremos impidiéndoles avanzar. Ese no es el punto. Pero sí necesitamos validar la importancia de volver a la plaza, a jugar interactuando con otros niños, ver lo que pasa cuando un chico se golpea y llora. Este aprendizaje crea empatía y nos sensibiliza frente al dolor ajeno. En cambio, un joven sin estas experiencias no entiende que el bienestar de otros es también nuestra responsabilidad.
Sí, debemos integrar las nuevas tecnologías, pero nunca en desmedro de la construcción de experiencia reales, con gente real, con sol y árboles reales, y no una proyección de un mundo pixelado y que no genera otra cosa que soledad y la importante pérdida de los vínculos esenciales.
En 50 años, nuevas evidencias científicas ratificarán este punto. No esperemos tanto tiempo para darnos cuenta de lo que el sentido común nos advierte.